sábado, 24 de marzo de 2012

Ante una crisis profunda, soluciones radicales





La paradoja de este periodo electoral en Francia es básicamente la siguiente: poco a poco se toma conciencia de la profundidad de la crisis, sin la posibilidad de una alternativa que realmente esté ganando credibilidad. La candidatura social-liberal de Francois Hollande, se ha intentado adaptar a esta contradicción, que también pesa sobre las candidaturas a la izquierda de la izquierda.

La profundidad de la crisis

De una forma muy simplificada, el capitalismo puede funcionar de dos maneras. Puede estar relativamente regulado, como durante el período de los treinta años gloriosos (1945-1975). O, por el contrario, puede estar libre de rigideces y tender hacia un funcionamiento puro, como ocurre desde el gran giro liberal de los años ochenta.
Llamaremos "fordista" y "neoliberal" a estos dos modos opuestos de funcionamiento. Se pueden identificar con una batería de curvas que son aproximadamente planas en el primer modelo y que aumentan con el segundo (Les courbes du capitalisme néolibéral”, note hussonet nº 39, septiembre 2011, http://hussonet.free.fr/courblib.pdf).

   Las curvas del capitalismo neoliberal.

Beneficios: Porcentaje de los beneficios sobre el valor añadido total (4 países. Fuente: Comisión europea).
Desigualdades: Porcentaje de rentas que ingresa el 1% más rico (8 países. Fuente: Atkinson, Piketty & Saez).
Bolsa: Índice Dow Jones, deflactado con el índice de precios de EE.UU.
Mundialización financiera: Relación entre la deuda exterior total y el PIB mundial (Fuente: Bichler & Nitzan).
Desequilibrios mundiales: Suma de los valores absolutos de los déficits corrientes en % del PIB mundial (fuente: Banco Mundial).
BRIC: Participación de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en el PIB mundial (fuente: Banco Mundial).
Endeudamiento: Tasa de endeudamiento de los hogares en EE.UU. (fuente: Reserva Federal).
Indicador sintético: Promedia las seis series anteriores.


   Las curvas del capitalismo neoliberal.
Tasa de beneficio: Media de 4 países (EE.UU., Alemania, Francia y Reino Unido) (fuente: Michel Husson, Le débat sur le taux de profit , Inprecor n°562-563, junio-julio 2010). 


Sin embargo, esta tendencia al alza (de los beneficios en relación a los salarios, de los dividendos en relación a las inversiones, de la financiación en comparación con la riqueza creada, etc.) ha llegado a sus límites, de ahí la crisis. El capitalismo está ahora en una especie de callejón sin salida: no es posible volver a poner en marcha el capitalismo neoliberal y ocurre lo mismo con el capitalismo fordista. El capitalismo neoliberal había logrado restaurar la rentabilidad, a pesar de una desaceleración de la productividad. Pero sólo podía hacerlo de manera artificial e insostenible. Por lo tanto, no hay nada resuelto, y el dinamismo artificial del capitalismo se ha convertido en enormes deudas públicas que tienen la función de liquidar, en realidad validar, la montaña de deuda privada acumulada a lo largo de dos o tres décadas. La crisis de la deuda soberana en Europa dio lugar al establecimiento de políticas de austeridad absurdas, si tenemos en cuenta sus efectos sobre la actividad económica y la propia deuda, pero apropiadas si se trata de aplicar una terapia de choque para liquidar los logros sociales y devaluar el trabajo bajo el pretexto de la competitividad.

Este callejón sin salida en el que se encuentra el capitalismo corta la hierba bajo los pies del social-liberalismo. Su proyecto ilusorio, consistente en combinar la aceptación de los preceptos neoliberales con una mínima dosis social, fue destrozado por la crisis. La cuestión es que el mínimo margen de maniobra implica un grado de confrontación que la socialdemocracia es simplemente incapaz de concebir. Por tomar un ejemplo reciente, Elie Cohen, uno de los principales asesores económicos de François Holland (Sylvia Zappi, “Ces économistes qui travaillent pour François Hollande”, lemonde.fr, noviembre 2011, http://gesd.freee.fr.ecollande.pdf) ha publicado un artículo sobre tres conflictos recientes (Seafrance, Petroplus, Photowatt), en el que extrae las siguientes  lecciones de política: "Que, en este contexto, se pretenda hacer creer que se pueden prohibir los despidos colectivos por la comodidad de una campaña electoral no es serio (...). La puesta en escena de un voluntarismo de Estado, que permite estigmatizar a una izquierda que no hizo frente a los dictados del mercado, es cosa del pasado" (Elie Cohen, “Les emplois électoraux”, Telos 16, enero 2012, http://gesd.free.fr/emplecto.pdf). Esto recuerda la famosa fórmula de Lionel Jospin: "el Estado no puede hacerlo todo". Tal orientación realmente puede conducir a un alineamiento con los dictados del mercado, en línea con Zapatero y Papandreu.

Pero nadie puede escapar a esta realidad: frente a la crisis actual, la única alternativa posible debe ser radical, y cuestionar estas tres barreras que la hacen verdaderamente única: la distribución de los ingresos, el control financiero y el corsé euroliberal. La social-democracia pretende salvar estos obstáculos ofreciendo un programa que descansa en dos errores fundamentales. El primero es contar con un crecimiento adicional, el segundo es hacerse cargo del objetivo de reducir el déficit al 3% del PIB en 2013. Y las finanzas no tienen nada que temer: "la izquierda ha estado en el gobierno durante los quince años, durante los cuales hemos liberalizado la economía y abierto los mercados a las fianzas y a las privatizaciones. No hay que tener ningún temor” (“François Hollande seeks to reassure UK and City of London”, The Guardian, 13 febrero 2012).

Esperando el crecimiento

Confiar en un hipotético crecimiento es un elemento esencial del pensamiento “holandés”. Ya en 2008, a la pregunta de un periodista económico que le pregunta si desea “actuar políticamente en la distribución del valor añadido entre salarios y beneficios ", respondió lo siguiente: "Lo que se necesita primero es crear más valor. La izquierda sólo puede estar interesada en la distribución. Primero debe afrontar la insuficiente creación de riqueza”  (François Hollande, “Quelle politique économique pour la gauche?”, L’économie politique, nº 40, octubre 2008, http://gesd.free.fr/holland8.pdf). Se encuentra la misma orientación en el proyecto socialista de 2012, que señalaba que “la política económica que proponemos ofrece a Francia los medios para crecer a partir de 2013 a una tasa del 2,5%”. (Project Socialiste 2012, abril 2011, http://gesd.free.fr/psprogra.pdf). Este proyecto, que data de abril de 2011, y que ya entonces estaba obsoleto, ahora está claramente muerto.

La primera razón es que la crisis está aquí para quedarse, con unas perspectivas de crecimiento mediocres, en el mejor de los casos. La actual cuasi-recesión era previsible. Por supuesto, un mayor crecimiento podría tener efectos favorables a corto plazo sobre el empleo, pero esto no es suficiente para invocar el crecimiento, también hay que decir cómo se obtiene. Pero sobre todo, esta posición significa que no hay otra manera de crear puestos de trabajo que un crecimiento adicional. Sin embargo, esto es falso y supone una total falta de comprensión de la relación entre el desempleo y la distribución del ingreso. Evidentemente, toda crisis genera desempleo. Pero la cuestión es la persistencia del desempleo masivo durante varias décadas. Esta es una consecuencia de la distorsión en la distribución de los ingresos, que a su vez proviene de la captación de las ganancias de productividad a expensas de la creación de empleos reduciendo el tiempo de trabajo. El aumento del desempleo en los últimos treinta años es exactamente paralelo al de los beneficios no reinvertidos, que han alimentado las burbujas financieras y llevado a la crisis. Por lo tanto, cualquier programa contra el desempleo que no ponga en cuestión la distribución de los ingresos es puramente ilusorio.
Desde este punto de vista, es irónico que el PS "olvide" hasta qué punto el período de 35 horas ha sido excepcional, con la creación de 1,9 millones de puestos de trabajo; tres cuartas partes de los empleos netos creados después de 37 años en el sector privado lo han sido entre 1997 y 2002. Pero este camino ha sido abandonado y la paradoja se explica por la renuncia a cualquier propuesta que ponga en duda el reparto actual entre salarios y beneficios. La oposición entre crecimiento y distribución lleva a un malentendido aún más profundo, que consiste en no ver que otra distribución de los beneficios a favor del empleo y la satisfacción de las necesidades sociales es también una condición para dar al crecimiento otro contenido, no productivista.

El equilibrio presupuestario a cualquier precio
François Hollande, ha declarado que se deben “reequilibrar las cuentas públicas en 2013 (...) no por ceder a no se sabe qué presión de los mercados o las agencias de calificación, sino porque es la condición para que nuestro país recupere su confianza” (François Hollande, “La dette est l’ennemie de la gauche et de la France”, LeMonde.fr, 16 julio 2011, http://gesd.free.fr/holla711.pdf). Más recientemente, sus asesores han estimado el esfuerzo fiscal que debe realizarse: 50 millones de euros, sin dar muchos detalles de sus modalidades (Marc Joanny y Jean-Baptiste Vey: “Hollande pour un effort budgétaire de 50 milliards en 2012-2013”, latribune.fr, 17 noviembre 2011, http://gesd.free.fr/holland50.pdf).

Reducir el déficit presupuestario es un objetivo legítimo, porque es la contrapartida de las exenciones de impuestos. No es el resultado de un gasto excesivo, ni de inversiones inútiles, sino de un proceso deliberado de auto-reducción de los ingresos estatales. El déficit así producido se utiliza entonces como un argumento para justificar la reducción los gastos. Pero el proyecto del candidato del PS de alcanzar el 3% de déficit en 2013 y el equilibrio en 2017, no se corresponde con una reforma fiscal de una amplitud que pudiera hacerlo creíble. Por lo tanto,sólo podría lograrse mediante un aumento del rigor, lo que no vemos cómo podría ser calificado de “justo”, en la ausencia de impuestos “justos”, es decir, proporcionales a las exenciones impositivas acumuladas durante 10 años.
La cuestión de la financiación refuerza este conflicto. La condición sine qua non es conseguir la autonomía de los mercados financieros. Las necesidades de financiación del Estado son de hecho considerables y no pueden desaparecer de la noche a la mañana. Para 2012, la Agence France Trésor las evalúa en 182 millones de euros: 82 mil millones de déficit, a los que se le añaden 100 mil millones de amortización de la deuda. La experiencia reciente muestra que esa financiación no puede encontrarse a un precio razonable, si la política fiscal se encuentra bajo el yugo de la las agencias de calificación que dictan su política a los Estados. En la medida en que nos basemos en los mercados para financiar el déficit, estamos condenados a no tomar las medidas convenientes. De ahí esta ley de hierro: no es posible ninguna alternativa política si no nos liberamos de esta dependencia. Esto puede hacerse de diversas maneras: por un préstamo forzoso de las grandes fortunas, imponiendo a los bancos que suscriban títulos de deuda pública, o por el requerimiento al Banco de Francia para que financie el déficit. No hay nada revolucionario aquí, ya que, en el pasado, estos procedimientos han sido implementados por gobiernos de derecha. Pero los tiempos han cambiado, y hoy en día representaría una ruptura que está a años luz de la visión social-liberal del mundo.

La cuestión de la credibilidad

Hubo un momento en el que el estalinismo servía de freno: cualquier intento de trascender el capitalismo conducía inevitablemente al gulag. Desde la introducción del capitalismo neoliberal, la democracia social se rindió a los argumentos en favor de giro neoliberal. Renunciando con ello a cualquier alternativa real, acabó desempeñando el mismo papel. Su práctica, desde hace años, ha consistido en desalentar la esperanza social y validar las políticas sociales neoliberales: puesto que la izquierda está de acuerdo, definitivamente no hay otra alternativa. En este sentido, la alternancia cumple una función esencial, la de reforzar la estricta legitimidad del capitalismo contemporáneo.

Esta es una de las razones por las que la situación de crisis no ha abierto una vía a la izquierda radical. Se enfrenta con un reto que se puede resumir así: la profundidad de la crisis requiere de soluciones radicales, pero que parecen fuera de alcance, porque suponen una relación de fuerzas que aún no existe. Hay por tanto un paso difícil de superar entre la viabilidad económica y la credibilidad política. Por poner un ejemplo, sería posible situar el salario mínimo en 1.700 euros, a condición de reducir en la misma proporción los ingresos del capital. Esta medida tendría consecuencias positivas gracias a la recuperación del consumo. Sin embargo, a los asalariados que cobran algo parecido al salario mínimo, este aumento de 300 euros al mes les parecerá desorbitado, porque conocen bien el poder, y a menudo la violencia, de los intereses sociales a los que habría que arrancárselo.
El tema del empleo es otro ejemplo de esta dificultad. Se debe insistir: el aumento del desempleo es la otra cara de la captura de riqueza por los "rentistas". Por lo tanto, no es posible ninguna mejora en el ámbito del empleo sin poner en cuestión la distribución de ingresos. Y el potencial es enorme: si los dividendos pagados por las empresas se fijaran en la misma proporción de la masa salarial que hace 30 años, ahora serían inferiores a 60 mil millones, lo que equivaldría a 2 millones de puestos de trabajo (pagados al salario medio, incluidas las contribuciones sociales). De manera similar, la reducción de las cotizaciones sociales, que según los cálculos más optimistas han creado o mantenido 400.000 puestos de trabajo, permitiría, si se reciclaran, pagar casi un millón de empleados. Ninguna política de empleo puede tener éxito sin medidas para desinflar las rentas financieras y re-fiscalizar las rentas del capital.

Pero una vez más, chocamos con el peso de la ideología. Cuando Francis Holland propone la creación de 60.000 empleos para profesores, es inmediatamente denunciado por la derecha como un derrochador exagerado e irresponsable, por una medida que sólo representaría alrededor de 2 mil millones, o el 0,1% del PIB. Y el candidato del PS se mantiene en su terreno cuando se apresura a señalar que estos nuevos empleos serían compensados por la eliminación o no reemplazo de otros. Esta manera de no asumir un programa, por otra parte muy tímido, no puede sino reforzar la idea de que es imposible cambiar las cosas.

Para salir de la resignación, del fatalismo inscrito en las coordenadas del debate, hace falta mostrar que el curso actual del capitalismo requiere de un grado de confrontación social a la altura de la ofensiva neoliberal. En Francia, la elección presidencial establece una meta intermedia única: expulsar a Sarkozy del poder, sin hacerse ninguna ilusión sobre la capacidad del candidato del PS como alternativa real. Pero también debe ser una oportunidad para desarrollar una campaña para fortalecer la credibilidad de un programa radical. Esto requiere la demostración de su viabilidad económica y de que es posible acabar con la crisis, para lo que debe tenerse en cuenta esta tesis: existen márgenes de maniobra para otra política, pero no pueden concretarse sin una fuerte movilización social. Es necesario, por tanto, ir estableciendo respuestas articuladas que permitan liberarse de las presiones ejercidas por los mercados financieros y las instituciones europeas. Finalmente, se debe adoptar una perspectiva que muestre cómo es posible combinar la acción inmediata con la transición a un modelo de desarrollo diferente.

Un programa en tres etapas

En resumen, tenemos que volver a una transición lógica, que rompa a la vez con la adaptación a las leyes del mercado y con un revolucionarismo abstracto. Esta lógica podría estar basado en siete principios esenciales: 1. Nada es posible sin suprimir la hipoteca de la deuda;  2. Nada es posible sin cambiar la distribución de los ingresos; 3. La ruptura es necesaria y debe estar basado en una legitimidad adquirida en acciones inmediatas; 4. La ruptura debe realizarse en nombre de un proyecto de refundación de Europa; 5. La ruptura se enfrentará a medidas de represalia que deben ser anticipadas con contra-medidas; 6. Las medidas más inmediatas deben iniciar la transición hacia otro modelo de desarrollo; 7. La legitimidad del programa debe ser fortalecido por el ejercicio de nuevos derechos.

Estos principios definen un programa de transformación social muy diferente de programa de relanzamiento del consumo. Combina tres etapas que deben encajar. La primera es la de la ruptura, que tiene tres objetivos: proporcionar los medios para otra política y protegerse de las represalias previsibles, reparando los daños de la crisis y construyendo de entrada una doble legitimidad. La legitimidad social para la mejora inmediata de las condiciones de vida de la mayoría, dando prioridad a los de bajos ingresos (salario mínimo y las prestaciones sociales mínimas); la legitimidad europea, rompiendo con el euro-liberalismo, no en busca de una salida nacional, sino en el nombre de un proyecto alternativo que pueda extenderse a la totalidad de Europa.

La segunda etapa es la bifurcación. Su objetivo es afianzar el proceso de transformación incluyendo la creación masiva de empleos (la reducción del tiempo de trabajo y la creación ex nihilo de puestos de trabajo productivos) y el establecimiento de un nuevo estatuto del trabajador. Es el medio para activar el gran cambio que debe desconectar el trabajo de la rentabilidad que puede generar. En este proceso, la legitimidad social puede ser fortalecida por los nuevos derechos de los trabajadores: derecho de veto sobre los despidos, el control sobre los términos de la reducción del tiempo de trabajo y sobre las condiciones de los puestos de trabajo creados.

La tercera etapa es la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo, basado en tres conjuntos de principios: la desmercantilización y la extensión de los servicios públicos, las relocalizaciones y nuevas formas de cooperación internacional, la planificación ambiental y la nueva política industrial. Estos tres “niveles” deben estar presentes desde el principio, teniendo en cuenta que tendrán ritmos diferentes. Así, el ajuste del salario mínimo y de las prestaciones sociales mínimas es una medida que puede y debe ser tomada inmediatamente. Pero no es suficiente por sí sola y debe combinarse con el establecimiento de un modo no mercantil de satisfacer las necesidades sociales. Tomemos el ejemplo de la vivienda: el incremento de los alquileres es una causa importante de la degradación del nivel de vida. Incluso un patrón, Patrick Pelata, ex director general de Renault, puede, a su manera, entenderlo: “Entre los años 2000 a 2010, el precio de los alquileres ha subido un 80%. En Alemania el 5%. Los alquileres han hecho subir los costes laborales en Francia y han contribuido a la disminución de la competitividad del país” (Patrick Pélata, “Coût du travail: pour un new deal fiscal et social?”, Metis, 9 febrero 2012). En estas condiciones, ¿deberían ajustarse los salarios a los precios de los alquileres o limitar los alquileres y llevar a cabo un programa de construcción de viviendas? Es evidente que debemos pasar de una lógica inmediata de preservación del poder adquisitivo a una lógica de oferta de vivienda a precios razonables, sabiendo que esto puede no tener efectos inmediatos. Aquí hay un argumento en contra de los proyectos de renta universal que proponen una distribución de los ingresos monetarios sin tener en cuenta las condiciones materiales de existencia (Michel Husson, “Droit à l’emploi ou revenu universal”, Pour le droit à l’emploi, Les cahiers de l’emancipation, Syllepse, 2011, http://hussonet.free.fr/dempru11.pdf).

Este enfoque programático es el único que puede dibujar una perspectiva de transformación social, ofreciendo una respuesta coherente y adaptada a la nueva etapa abierta por la crisis. La voluntad social-liberal de adaptarse a las reglas actuales del juego es suicida y sólo puede conducir a nuevos sacrificios, después de los de Zapatero y Papandreu. La postura de la escalada revolucionaria es estéril, ya que carece de pensamiento estratégico que muestre cómo invertir las relaciones de poder y la ideología política que pesan sobre las perspectivas de movilización social. El camino es estrecho, pero la responsabilidad de la izquierda es enorme, frente a la violencia capitalista que la crisis ha desatado.



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