domingo, 20 de mayo de 2012

¿Cómo se sale de las crisis económicas?

José A. Tapia y Rolando Astarita
La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI. Los libros de la Catarata. 2011. Págs. 80-85.



Durante la primera mitad del 2010 muchas instituciones económicas y políticas se volvieron a convertir a la ortodoxia económica de décadas anteriores, de recorte de impuestos a los ricos, reducción de gastos sociales y austeridad (para quienes viven de sus salarios): El FMI, muchos gobiernos y una buena parte de los economistas “de derechas” proponen reducir drásticamente los gastos sociales y el subsidio de desempleo, recortar salarios, hacer que el despido sea libre y que se pueda contratar a todo el mundo en precario y que no haya regulación alguna de los mercados. Otro sector de la economía académica –conformado entre otros por los economistas vinculados a la administración de Obama, los articulistas del Financial Times y The Economist- critica la política de Merkel y sostiene que los países más fuertes, como Alemania, Francia y EEUU, deben seguir aumentando el gasto público con una política monetaria expansiva. Este sector también está de acuerdo en imponer una mayor regulación a los mercados financieros y a los bancos. Frente a estas alternativas del establishment económico, los economistas “de izquierdas” , como Galbraith y Wray, piden en cambio que aumenten los salarios para que haya más demanda, que se aumente el gasto público para que se creen puestos de trabajo y que haya subsidio de desempleo y se aumenten las medidas de protección social. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y cierta sensibilidad social dirá que esto último es mucho mejor. ¿No es así?
La cuestión, sin embargo, es separar dos cosas que, aunque tienen relación, son distintas. Por una parte está la realidad económica y su funcionamiento y ahí la cuestión es entender cómo funciona el sistema de producción y distribución de la “economía de mercado” y si lo que dicen sobre ese funcionamiento diversas escuelas de pensamiento es cierto o es falso. Por otra parte, está la cuestión de qué es lo que favorece a unos sectores de la sociedad, a unas clases sociales, y qué favorece a otras.
Lo clave para que se recupere la demanda son las inversiones. En el mundo hay enormes masas de dinero que antes o después necesitan encontrar “oportunidades de inversión”. Pero “oportunidades de inversión” no es otra cosa que empresas con buenas perspectivas de producir ganancias. Para que aumente la inversión es clave que aumente la rentabilidad del capital, por ejemplo, mediante la reducción de los salarios. Las empresas obtienen mayor rentabilidad cuanto menores son los salarios y estos son tanto menores cuanto más presione la necesidad sobre los asalariados, forzándoles a aceptar cualquier trabajo y cualquier ingreso. Si los salarios son muy bajos, las ganancias serán muy altas y la economía no solo recibirá un estímulo, sino que acelerará sobremanera, por la afluencia de inversiones de capital, atraídas por esa alta rentabilidad.
Las crisis económicas son periodos de baja rentabilidad de capital en los que muchas empresas dan pérdidas y quiebran, mientras que otras tratan de sobrevivir recortando gastos, para lo cual los despidos son a menudo el mecanismo fundamental. Ambas cosas aumentan el desempleo y esto a su vez pone presión a la baja sobre los salarios. Las quiebras de empresas y la baja de los salarios hacen que, poco a poco, las empresas restantes mejoren las perspectivas de negocio por la disminución de la competencia, aumento de la cuota de mercado y reducción de los costos.
El argumento postkeynesiano según el cual el aumento del gasto público y la “inyección de dinero” en la economía son el método ideal para resolver la crisis tiende a ocultar un aspecto central: que la “solución” de las crisis en el capitalismo siempre pasa por el aumento de la explotación, por la desvalorización de los capitales improductivos y la concentración del capital. De hecho, si mediante el aumento del gasto público el gobierno inyecta la liquidez en la economía (por ejemplo, mediante subsidios de desempleo, pagos para hacer obras públicas o adquisiciones a empresas nacionales de portaviones o tanques para el ejército) y las empresas, los capitalistas individuales y bancos deciden guardar las ganancias que obtienen a partir de esa actividad en forma líquida, porque no ven perspectivas de inversión, la economía no se reactivará o se reactivará muy poco.
El elemento clave en la dinámica del capitalismo es la acumulación de capital, es decir, la inversión, que a su vez depende de la rentabilidad de los capitales individuales, es decir, las empresas. En cada crisis económica, la caída de los salarios, el aumento de la explotación vía incrementos de los ritmos de trabajo y el aumento de la “disciplina laboral” en los centros de trabajo son componentes clave para la recuperación de las ganancias empresariales y del crecimiento económico. En eso la visión de la economía estándar, neoclásica, de los economistas generalmente ligados a las instituciones financieras internacionales y a los gobiernos más conservadores, es mucho más realista que la de los economistas keynesianos. Los economistas conservadores defienden claramente los intereses de las empresas y los bancos, piden recortes de impuestos a las ganancias empresariales y reducción de salarios y servicios sociales y descalifican como tonterías las ideas keynesianas de reforzar la demanda.
La lucha de los asalariados contra la reducción de los salarios y contra la supresión de servicios sociales es parte general de la defensa de los intereses de quienes producen la riqueza o, o que es lo mismo, de la lucha contra la explotación del trabajo. Por ello es reaccionario no apoyarla, aunque, de hecho, esa lucha bloquea los mecanismos habituales de superación de la crisis mediante el aumento de la explotación. En resumidas cuentas, en las crisis, o se defienden medidas para aumentar la explotación o se lucha contra ellas, y entonces se está interfiriendo en los mecanismos del sistema e, implícitamente, empujando hacia soluciones de la crisis que van más allá del sistema capitalista. Las ideas de muchos economistas keynesianos reflejan una profunda confusión sobre cómo funciona el sistema. Y, de hecho, aunque algunos economistas postkeynesianos consideran el aumento salarial como favorable por la creación de demanda que podría generar, otros como Dean Baker dicen sin tapujos que los salarios deben reducirse, aunque para ello proponen el medio sutil de la inflación.
Todo esto, sin embargo, no es ninguna novedad. Son las medidas tradicionales que se proponen en cada país cada vez que el capitalismo hace crisis. Las soluciones que se proponen implican defender el valor de las propiedades de quienes tienen el poder económico (y político) y aumentar las ganancias del capital mediante reducciones salarios. De todas formas, aunque los recortes no se propongan, el sistema los promueve automáticamente en cada crisis. No hay propuesta más convincente para reducir salarios que la masa de desempleados en busca de trabajo que se multiplica en cada recesión.

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