lunes, 14 de mayo de 2012

Un permanente estado de excepción económica

Slavoj Zizek






Hay una cosa que está clara: después de décadas de Estado del bienestar, cuando los recortes eran relativamente limitados y llegaban con la promesa de que las cosas pronto regresarían a la normalidad, estamos entrando ahora en un periodo en que un cierto tipo de estado de excepción económica se está convirtiendo en permanente, volviéndose una constante, un modo de vida. Trae consigo la amenaza de medidas de austeridad mucho más salvajes, recortes de beneficios, disminución de los servicios de salud y educación y un empleo más precario. La izquierda se enfrenta a la difícil tarea de enfatizar que estamos tratando de la economía política -que no hay nada «natural» en semejante crisis, que el modelo económico global existente descansa en una serie de decisiones políticas- mientras que simultáneamente debe ser plenamente consciente de que, en tanto que permanezcamos dentro del sistema capitalista, la violación de sus reglas origina, de hecho, una crisis económica, ya que el sistema obedece a una lógica pseudonatural propia. Por ello, aunque estemos entrando claramente en una nueva fase de aumento de la explotación, facilitada por las condiciones del mercado global (por la externalización, etc.), también debemos tener presente que viene impuesta por el funcionamiento del propio sistema, siempre al borde del colapso financiero.

Por ello sería inútil simplemente esperar que la actual crisis sea limitada y que el capitalismo europeo continúe garantizando un nivel de vida relativamente alto para un número cada vez mayor de personas. Realmente sería una extraña política radical aquella cuya principal esperanza es que las circunstancias continúen haciéndola inoperante y marginal. En contra de semejante razonamiento es como hay que leer el lema de Badiou, mieux vaut un désastre qu’un désêtre: mejor el desastre que dejar de ser; hay que asumir el riesgo de fidelidad a un Acontecimiento, incluso si el Acontecimiento acaba en un «oscuro desastre». El mejor indicador de la actual falta de confianza en sí misma de la izquierda es su miedo a las crisis. Una verdadera izquierda aborda una crisis con seriedad, sin ilusiones. Su punto de partida es que aunque las crisis son dolorosas y peligrosas, son inevitables y constituyen el terreno donde hay que librar y ganar las batallas. Por eso, hoy más que nunca, es pertinente el viejo lema de Mao Zedong: «Todo bajo el cielo está en completo caos; la situación es excelente».

La nuestra es la situación opuesta a la situación clásica de principios del siglo XX, en la que la izquierda sabía lo que había que hacer (establecer la dictadura del proletariado), pero tenía que esperar pacientemente el momento adecuado de ejecución. Hoy en día no sabemos qué es lo que tenemos que hacer, pero tenemos que actuar ahora, porque las consecuencias de la no-acción podrían ser desastrosas. Estaremos obligados a vivir «como si fuéramos libres». Tendremos que arriesgarnos a dar pasos en el abismo, en situaciones totalmente inapropiadas; tendremos que reinventar aspectos de lo nuevo sólo para mantener la maquinaria funcionando y conservar lo que estaba bien de lo viejo, la educación, la asistencia sanitaria, los servicios sociales básicos. En resumen, nuestra situación es como lo que dijo Stalin sobre la bomba atómica: no es para gente con nervios endebles. O como dijo Gramsci, la nuestra caracteriza una época que empezó con la Primera Guerra Mundial, «el viejo mundo está agonizando, y el nuevo mundo lucha por nacer: ahora es el tiempo de los monstruos».

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